EL HOMBRE QUE CAMINABA A LAS MUJERES

“En tu mezcla milagrosa
de sabihondos y suicidas
yo aprendí filosofía
dados, timba y la poesía
cruel, de no pensar más en mí”.
Fragmento de “Cafetín de Buenos Aires”, tango de Discépolo y Mores.


Prefacio para un enfermo de soledad
En una noche de alcohol compartido,
El Hombre que Caminaba a las Mujeres
me recordó su primer mirada,
la de un niño pequeño entretenido
en la falda de una veterana.
Esperando que la madre retornara al salón
de aquel bar-billares acompañada
por un marinero o un peón.
Refirió también haber sido obrero
gráfico de Crónica y, como cumpliendo un sino,
haberse gastado la indemnización del despido
- que guardara en una caja de zapatos –
en alcohol y putaneando.
A estas horas quizás se aburra
en largas caminatas de jubilado que su cardiólogo encargara,
siempre desde y hasta el mismo punto de partida:
La casa de esa ex mujer que, a pedido de sus hijos,
en Avellaneda cedió techo y comida.

Borrarse último
En sus años de esplendor
el día fue territorio de traiciones, la noche de lealtades.
Por entonces supo advertir como pocos
el horario en que la secretaria ejecutiva
se vuelve escort, en la Avenida Córdoba.
Trilló sus cuadras conversando poco, y
gozó de interminables noches de juerga costeadas
por su amigo Jorge, sin retirarse antes
de que la esposa de aquel filántropo pasara
a recoger sus despojos, para arrojarlos de nuevo en
la cama del matrimonio en que vegetaban.

De madrugada nadie regatea la paga
El Hombre que Caminaba a las Mujeres
supo demoler de pico la defensa de sus presas,
esas trabajadoras del sexo que ante sus argumentos
asistieron impotentes a la riña
entre el imprescindible arancel y la necesidad
de un mimo necesario y en falta.
Él hizo que estiraran
el único whisky que podía pagarles,
hasta llegada la alborada.
Esa hora sin clientes en la que cualquier abrazo se regala.

El sexo como una de las Bellas Artes

El Hombre que Caminaba a las Mujeres
se burlaba del sexo compulsivo de los pibes,
que bombean como ametralladora y desovan.
Y, tras cartón, se duermen o se borran.
La mujer es una geografía, sostenía,
que hay que recorrer despacio de Ushuaia a La Quiaca.

Peaje por mirar

Una noche de farra resolvimos rematar en sauna.
El Gordo y yo elegimos a la misma beba.
El Hombre que Caminaba a las Mujeres esperó en la antesala,
fiel a su filosofía de que por sexo no se paga.
Estábamos en el séptimo cielo cuando escuchamos
su acalorada controversia con la madama,
que por haber junado un culo quería cobrar
cinco mangos al único que no fornicaba.
Pero el petiso que mento
a menudo ni esa suma portaba.

Retiro carnal

Una vez sus compañeros de oficina lo buscamos
desesperados al cabo de larga y sorpresiva borrada.
Allanamos su cuarto de pensión, careamos sin suerte
a la arquitecta que por entonces lo bancaba.
Y, poco antes de que aquella desazón dictara
un hábeas corpus, apareció luciendo
el semblante de un gato linchado por sus pares.
Balbuceando una resaca mal curada y
dedicándonos una torva mirada,
soltó: “Que sea la última vez que me buscan
cuando me interno de yirantas”.

La vida desde la barra

El Hombre que Caminaba a las Mujeres
terminaba su jornada acodado en la barra
del Castelar, de Córdoba y Esmeralda.
Desde allí se reconoce a otros solos,
aunque se aburran en compañía o la garpen.
El barman era su único interlocutor durante horas.
El cómplice que bien sabía
que para un hombre de la noche
hacer mesa evidencia la silla vacía.

Generalmente la inmortalidad hace gambetas

Persuadido de que aquel hombre era
a su modo la noche porteña,
con un puñado de malandras lo invitamos
a un comedero de Las Heras,
solicitando a la vez que hiciera
extensivo el convite a la marplatense que por esos días
se le abría de gambas sin hablar de teca.
Entre bocado y bocado, escuchamos
amedrentados y atentos un relato que mezclaba
dominicanas con comisarios. Hasta que, algo
pasada de copas, la tal María del Carmen
peló un carné de los services a que tributaba
cada dato jugoso que pescaba.
Bastó que pusiera proa al toilette
para que, sin resguardo alguno frente a semejante trama,
resolviéramos cancelar con “buen provecho”
la peregrina idea documental que nos animara.

El que la hace la paga

Al cabo de una opípara cena entre amigotes,
caminó solo por Santa Fe, desde Godoy Cruz a Coronel Díaz.
A mitad de camino fue relojeado con picardía
por una morocha bien dispuesta y plantada
ante la vidriera de una lencería.
Al punto imitó su actitud pensando
“qué varón de mi edad contempla
largamente corpiños y bombachas…”
La hembra lo habilitó con una sonrisa, y
a los pocos minutos en un diván aguardaba
que su anfitrión trajera una cerveza fría.
Hasta aquí recuerda El Hombre
que Caminaba a las Mujeres, cada vez que con El Gordo
u otro atorrante pedimos que vuelva
a relatarnos esa anécdota,
que comienza divertida y cierra
con un galán desnudo sobre el parquet despertando
a cachetazos en un departamento saqueado.

Punto y seguido para un compinche de la espera

“Ese hombre está herido... Y la muerte lo sabe”.

Fragmento de “El vino triste”, poema de Armando Tejada Gómez

Hace poco mi pareja lo cruzó pateando Wilde,
con su prestancia habitual de ex dandy entrado en años,
diminuto, canoso y elegante, detrás de su mostacho.
Calculo que si ya estuviera
acodado al estaño que el Purgatorio le tiene reservado,
algún calavera como él ya nos hubiera avisado.-

A mi amigo Rodolfo Barrese.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Acerca del autor

Acerca del autor

Biobibliografía

Jorge Falcone es nieto de poeta.
En 1988 obtuvo el Primer Premio de Poesía Editorial Amaru, otorgado por Vicente Zito Lema.
Fue Director de Relaciones Públicas de la Sociedad Argentina de Escritores.
Dicta un Taller de Redacción en la Facultad de Diseño y Comunicación de la Universidad de Palermo, Buenos Aires, Argentina.

Seguidores

Bienvenidos

Visit http://www.ipligence.com
Con la tecnología de Blogger.